lunes, 30 de marzo de 2015

Duraznos


No me perdería ni por un segundo la posibilidad de expresarme. Expresarse es vivir. Yo tengo mi manera, vos tenés la tuya. Cuando coincidís, nace el amor. Creo.

No me empalaga escribir. No me empalaga soñar. Ahora estoy buscando la manera de hacer. ¿A ser? Es lo mismo. Es difícil abandonar el velódromo en el que estás acostumbrado a pedalear. Pero cambiar es cambiar. Y para eso, hay que creer.

Sí, claro que da fiaca. "Procrastinar" le dicen ahora. Nadás, dibujás, escribís, pintás, cultivás, cantás. Volás, bah. Y si estás oscuro, dejá así: no siempre hay que obligarse a prender la luz. Si dejás apagado, de repente, empezás a ver. Porque –en definitiva– la única luz real es la del día. La otra es artificial: aunque uses lamparitas de bajo consumo o Edesur te subsidie el servicio, es artificial.

Luz, luz luz del alma, del alba... Es intermitente, como la vida y la muerte. Vivís, morís, vivís, morís. Yin y yang. Alegría y tristeza... Y así eternamente.

Cuánto aburre la alegría impostada, ¿no? Otra vez: cartón pintado, impulso, fantasía. No, gracias. No llevo. Me compré unos duraznitos y de a poco volví a sentir lo dulce: estaban justos, amarillos, sabrosos. Como el sol. Como el verano. Le pedí a él que no me abandonara, ¡y se quedó!

Entonces: pedí. Sí, pedí. Siempre "por favor" y "gracias". Pero pedí: funciona.

domingo, 1 de marzo de 2015

El cielo amarillo


Cuando el cielo está amarillo, da respuestas. Acaba de apagarse, ya anocheció, pero el amarillo fue tan tan brillante que mis retinas quedaron repletas, felices, esperanzadas.

La oscuridad aparece cuando las preguntas se superponen. Sería bueno que de una vez y por todas pudiera dejar atrás la edad de los por qué. Aunque –pensándolo mejor– tal vez sea ese el secreto de la eterna juventud... de la eterna juventud mental, al menos.

Pero el cielo, las músicas y los placeres son mis únicas fórmulas conocidas para dejar de preguntarme. Ahí entiendo. O ya no me importa. Y me siento feliz.

Tal vez yo sea gris y esté dentro de una grieta, pero no me identifico con los bandos que luchan batallas ajenas. Quiero estar lejos de ese lugar donde se juzga al que no se conoce y se enarbolan banderas que –de tan patéticas– finalmente son ingenuas... (¿Ingenuas?). En verdad, no me interesan las batallas porque indefectiblemente implican enfrentamiento, muerte, sangre, dolor, un montón de gritos exacerbados y cegueras profundas, muy profundas.

Y vuelvo a subir después de bucear en el lodo. Y aparece otra vez un cielo amarillo. Y todo lo demás me importa poco, muy poco.

Me gusta mucho mirar el mar. Y el cielo. Y los ojos que dicen cosas. Y los labios que cantan suave. Y las manos que hacen.

Aunque esté triste, en algún lugar, siempre encuentro un poco de fe. La fe es verde, en general. O amarilla y muy luminosa como el cielo que se acaba de apagar.

(Ser feliz tendría que ser tan sencillo como masticarse una barrita de chocolate amargo.)