lunes, 12 de septiembre de 2016

Silencio, por favor


Las alarmas gritan. Las sirenas, también. La lluvia susurra y yo espero el verano. Los autos cecean y los colectivos gruñen. A veces el gruñido se transforma en una especie de canto... que se aleja. Dejo de escribir porque siempre se me ocurre contar las mismas cosas. Creo que le llaman catarsis. Pero hoy voy a simular que no estoy pensando en vos y voy a hablar de los ruidos que me rodean. La música es un motivo para estar vivo. Los ruidos desafinados, aterradores, exagerados dan ganas de volar lejos, hacia arriba. En fin.

Y el viento... El viento grita disfónico. ¡Se enoja porque quiere gritar y no le sale! Hasta que llega el trueno, que es su intérprete. Conversan, se pelean, discuten o arman una banda de heavy metal. Quién sabe...

La cañería de mi vecina no para de sonar. Es un sonido, diría... tribal. Como el intento de un percusionista posmoderno que busca la manera de causar sensación.

Si lo pensás, los ruidos hacen música, a veces. Me acuerdo, cuando era muy chica, de escuchar el loop de la lustraaspiradora. Ahora casi no la uso, la usa Paula. Pero sí me engancho con el estribillo del lavarropas. A veces es genial.

Los ruidos me alteran, La música (bueno, lo que para mis oídos lo es) me hace feliz. Y el silencio me alivia.

Shhhhh...