Pero te fuiste aunque a mí me enoje. No hacía falta. Ya había aprendido que la vida casi nunca es lo que yo espero. No hacía falta perderte. Y hoy no tengo ganas de ponerte flores. Hoy estoy enojada. Porque no entiendo.
Tantas veces te habrás reído de mis enojos. Te reconocías ahí: nos parecíamos.
Si sigo en esta dirección voy a empezar a escribir una catarata de malas palabras. Porque ya lloré muchas veces. Y no se me pasa.
Pero si no encuentro un bálsamo que me ayude a suavizar, tu muerte no va a servir nada más que para amargar la vida de los que te quisimos. Y eso no es justo, no te hubiera gustado. Así que cierro esta página y arranco desde arriba.
...
¿Vos conociste al Freddie Mercury de Balvanera? Acabo de escucharlo cantar. Una mezcla del líder de Queen con licor de huevo y una pizca de Sandro. Qué se yo. Qué fácil es para algunos encantar. Y para otros disfrutar. ¿O es una puesta en escena? ¿Una parodia del sentirse feliz? Aunque me esfuerce voy a drenar acidez hoy. Tal vez si hago la vertical contra la pared y veo todo al revés pueda arrancar un día feliz. No sé. No me animo. Hace mucho que no lo intento y me temo que pueda terminar mal.
1, 2, ultraviolento-o...
No me reconocerías. He sido tan temerosa que cada vez me animo a más cosas. Desde hace un tiempo estoy jugando a decir lo primero que me viene a la cabeza, o a escribir sin pensar. Menos mal que practico yoga y nado, nado, nado. Nada, nada, nada.
Nada, nada, nada.
La nada no existe. Tanto gurú de manual... Tanto pre-fabricado. Extraño tu digo-lo-que-se-me-canta. Te extraño.
Va de nuevo: si no encuentro un bálsamo que me ayude a suavizar, tu muerte no va a servir nada más que para amargar la vida de los que te quisimos. En el show había una bebé. Preciosa. Llena de rulos dorados y con ojos negros y penetrantes. Estaba a upa de su mamá. Aplaudía y giraba la cabecita para buscar mi mirada. Y señalaba. Lo repitió muchas veces, hasta que se durmió.
Tu alma andaba cerquita. Yo creo en eso. Te quiero.