lunes, 19 de septiembre de 2011

Hualfin y Centenera



Se me escurrió. Es que el tapón no tapa bien. Pero bueno, que fluya. El agua es transparente hasta que tiene sarro. Mi cabeza, lo mismo. Y en mi vida, en la vida, en nuestra vida ¿quién no tiene un poco de opacidad? San Transparente no existe. Santa Claridad, tampoco.

Volver a hamacarme, como cuando era chiquita y mi papá me llevaba al parque. Calesita de Tatín, hamaca, y mis hermanos con la lanchita Pof-Pof en los enormes piletones del Parque Chacabuco. No había autopista todavía, y el jacarandá –que años después dibujé– no estaba "del otro lado".

Reposo del alma, del corazón, de la mente. Jacarandás en las retinas, siempre. Porque en el barrio donde nací –Hualfin y Centenera– los jacarandás eran el color de la primavera cuando llegaba. Y ahora que está llegando, me voy a ir a caminar por allí para recordar mi infancia, mi parque, y la mano fuerte de mi papá que me llevaba segura, protegida, por las veredas que bordeaban las calles de adoquines. Él caminaba rápido, y yo casi que volaba para seguirle el tranco. Y los jacarandás se reían con nosotros.

Fui tan feliz durante mi infancia. Por eso siempre tengo cerca alguna foto que me recuerda mi niñez. No soy tan diferente ahora. Pero extraño la mano fuerte que me dé seguridad. Y el tranco largo que me haga volar por las calles de mi barrio.