domingo, 13 de septiembre de 2015

Un toldo de muchos colores


Buscando un estampado nuevo, de bella Buenos Aires con casi nada de gris. Tus calles me escuchan, me alientan, me indican hacia dónde ir. En realidad, me dicen que vuele, que confíe en el viento (a lo Mary Poppins) y que –aún sin paraguas– me deje llevar. Que no espere, que no espere nada. Que viva, que respire, que no escuche si no me interesa.

Hay muchas señales sutiles en mi ciudad. Nada que ver con el Obelisco, ni con la Plaza de Mayo. El Teatro Colón es muy hermoso y el viejo y restaurado Correo Central, también. Pero verte y disfrutarte como una turista a la que pariste y que vive en vos, es otra cosa. Creo que no sería yo en otro lugar: estoy mimetizada junto al poste de la parada del 2.

Ahora, que logré despegar otra vez –y me puedo mirar desde arriba– descubro nuevamente que mi único ombligo sos vos. Ya escribí alguna vez que mirarse mucho el ombligo es un exceso de yo-yó y que eso provoca un embotamiento del cual es difícil abstraerse... Más o menos como estar mirando insistentemente a tu teléfono celular a ver si te da lecciones de vida. O gritar desesperadamente tus verdades y no detenerte a escuchar. Yo creo que esas lecciones no están ni en tu ombligo, ni en tu teléfono, ni tut-tut-túuuuuu... Tal vez sí en el silencio. Pero no hay manual: solo se puede volar. Y ahí vas viendo.

¡Ah, sí!: los seres humanos podemos volar. Y no es tema de economías ni de poderes. Es mucho más sencillo (o mucho más complicado, depende) que ganar plata y acumular rollsroyces.

Fijate, pebet@.