sábado, 31 de agosto de 2013

La mosca porteña


Agosto. Angosto. Muy angosto. Ya te vas. Mejor. Necesito aire, necesito mar. También un abrazo muy fuerte que me haga soñar. Y creer. Descreo un poco. Y siempre tuve tanta fe...

Más flexible. Mucho más flexible. ¿No se nota? Pero sí. Fijate cómo puedo inclinarme sin romperme. Al viento fuerte, cara de moto. Al temporal le grito: ¿querés tronar? Yo tengo una buena voz. Y me hago escuchar. ¿No te gusta? A mí, sí.

Ay. Me tuve lástima y me fui de boca al piso. Literalmente. Me pegué una piña. Por malcriada. Por ñañañaña. No te mires con pena. Ese es un lugar que no te va. Sabés que naciste con suerte. Que la comida nunca te va a faltar. ¿Con qué cara vas a mirar al que duerme en tu calle? Andá, papafrita, andá.

Hay una especie de mosca en mi cabeza que no sabe muy bien dónde se va a posar. Vuela, vuela, vuela. Y como ve que con su trayecto puede dibujar... ¿para qué va a parar? ¿Para que la aplasten contra el piso? Mejor seguir dibujando margaritas y luego deshojarlas, y luego transformarlas, y luego...

El amor es un momento. Como esa mirada que encontré hoy en YouTube. Un instante de emoción y de recuerdos. Puedo seguir tecleando toda mi vida: no habrá palabras que me permitan describir lo que esa mirada expresa. Me lo dijo Fabia. Me lo dijo YouTube. Yo lo intuía.

Chau, agosto. Algo me trajiste, algo me dejaste, algo me quitaste. Como cada día. Como cada hora. Y el domingo, con septiembre, llegará una historia nueva, una azul, una usada, una prestada.

Éxito. Éxito. Éxito.
(Te extraño, papá.)

Y Malena: cantabas un tango desafinado. Pero tu corazón era tan grande que no importó.
Que sueñes con los angelitos.