Hace muchos años –la primera vez que canté en público– no invité a nadie. Era una muestra de fin de año del conservatorio donde estudiaba en ese momento. Estaba muerta de miedo y me daba mucha vergüenza (todavía me pasa, pero menos). Sólo le avisé a mi amiga Virginia, que es una magnífica taurina sin rodeos cuando de ser frontal se trata (como la mayoría de los taurinos, bah). Ella tiene un aspecto angelical, pero es la persona más directa que conozco y dice verdades –duras a veces– pero verdades al fin. Necesitaba su opinión.
Cuando la muestra terminó, nos fuimos las dos en su autito. No me dijo nada. Y yo, claro, no pregunté: ¡tenía pánico de saber! Me quedé a dormir en su casa y a la mañana siguiente, nuevamente arriba del autito, me dijo: "Ya entendí por qué cantás. Porque cuando lo hacés, sos la que sos, y no la que te hacés." Contundente, brillante, esclarecedor. Yo cantaba desde siempre pero, un par de años antes de esa muestra, había decidido estudiar música para entender cómo funcionaba ese tema para mi. Ya me conocen: siempre procuro entender el funcionamiento de las cosas... Y cantando, justamente, siento que no todo se puede fundamentar, que vale el momento en que algo sucede y te permite ser feliz entre acordes, sin entender.
Cantar. ¿Viste? Es tan simple como eso. Tu música en algún lugar está.
¡Voilà! ¡Encontré palabras!