sábado, 30 de noviembre de 2013

Me harías tanto bien si existieras


Miro para un lado. Miro para el otro. Nada por aquí, nada por allá... Creo que hasta escucho grillos. Así que, subo por la escalerita del tobogán y... ¡me voy a tirar! Pero es un tobogán tan largo, tan largo que quién sabe dónde terminará. No sé: si cuando llego al final no hay nada, pico en la cama elástica y subo otra vez. Y subo... Y subo... Llego al cielo un ratito para darte un abrazo, papá: ¡estás cantando! Y, claro: a vos también te doy un abrazo, chabón tiburón... ¡cuando termines de bailar!

El otro día te vi: usabas saco y estabas vestido de negro. Sonreías, como siempre. De fondo, un cielo azul, sin nubes y unas sierras. Y estabas rodeado de flores lilas, del color del jacarandá. Te veo casi siempre que me voy de mí, te doy un abrazo y vuelvo.

¿Cómo sigue la vida? Necesito... No, no quiero escribirlo acá. Yo sé. Me voy a frotar la piel hasta brillar, o hasta volverme casi transparente para que se vea mi alma. Ya no quiero hablar. Quiero hacer. Hacer más. Hasta flotar.

Tengo un nudo en el pecho. Es la incertidumbre. Pienso en verde y se diluye. Ya no busco esperanza. Los tomatitos crecen, las frutillas y la radicheta también. Me llegó "El Principito", y eso que Saint-Exupéry se subió a su avión y nunca más se supo de él... Deseo volver a ponerme mis alas, desplegarlas y despegar (qué maldita costumbre de prestarlas y que me las rompan... las alas...).

Roto, roto, chinche-poroto.
Sano, sano, chinche-gusano.

Me harías tanto bien si existieras.